sábado, 22 de mayo de 2010

Alquimia

De dónde proviene la alquimia? La Alquimia es un arte tan antiguo como la propia humanidad. Su nacimiento (este incierto nacimiento de todas las cosas tan antiguas que pueden fijarse los condicionamientos históricos y geográficos que las motivaron, pero nunca una fecha exacta) puede fijarse dentro de la primera "industrialización" de la humanidad primitiva. Cuando los primeros pobladores del mundo dejaron de preocuparse exclusivamente de sobrevivir, y empezaron a reunirse en comunidades, surgió lo que se ha dado en llamar la primera civilización urbana. Fue en su seno donde nacieron los primeros oficios, aparte la agricultura y el pastoreo: la carpintería, la metalurgia, la alfarería, la fabricación de tintes y colorantes... Sus técnicas eran simples pero funcionaban. No existía una ciencia como tal: los métodos no habían sido fruto de la investigación, sino de la casualidad y de la observación de la naturaleza. Y en todos ellos se hallaba presente la magia... esa magia característica de los pueblos primitivos de la humanidad, que quería que cada elemento común al hombre tuviera su dios particular, tanto en las cosas del cielo como en las de la tierra. Por eso, al igual que había los dioses de los elementos comunes al hombre: los metales, las piedras, los elementos, había también en el cielo los dioses de los planetas... de los que nacería, más tarde, la Astrología. Y la Alquimia, como todo el resto de la Magia, se halla también íntimamente ligada a la Astrología. Sobre esta base se fundamentaron los 3.000 primeros años de historia antes de Cristo y también los 3.000 primeros años de Alquimia. Al principio se trata, por supuesto, tan sólo de una Alquimia infusa, que ni siquiera merece el nombre de tal, y que está basada en una serie de ideas puramente intuitivas: la unión de dos metales produce otro distinto, el tratamiento de un metal puede hacer variar su color y sus características todos estos fenómenos eran fácilmente interpretados por los antiguos como transmutaciones, no como distintas apariencias de un mismo metal. Y esto, naturalmente, se puede aplicar a todos los metales, incluso los considerados como preciosos. El oro, naturalmente. Así empieza a desarrollarse el embrión de una idea, de la que nacerá después el primitivo espíritu de la Alquimia: la de "aumentar" el oro, la de conseguir cambiar otros metales en oro... ya que el oro es el metal precioso por naturaleza, el metal noble por naturaleza, y uno de los más codiciados también. Las primeras huellas de la Alquimia aparecen ya en Mesopotamia y Egipto. El documento más antiguo sobre el particular se considera que es un edicto chino del año 144 antes de Cristo, en el cual el emperador Wen castigaba con la pena de ejecución pública "a los monederos falsos y falsificadores de oro", puesto que, según los comentaristas contemporáneos del edicto, últimamente se había registrado la fabricación de mucho "oro alquímico", que no era en realidad tal oro. Otros historiadores de la Alquimia afirman por el contrario que el libro más antiguo sobre el particular es el griego Physika, de Bolos emácrito, escrito aproximadamente en el 200 antes de Cristo, y en el que se describe cómo fabricar oro, plata, gemas y púrpura, con fórmulas y recetas obtenidas de otras fuentes más antiguas procedentes de Egipto, Persia, Babilonia y China. Pero aunque fuera ya conocida de los egipcios y de los griegos, es a través de los árabes que la Alquimia toma su forma definitiva, a través de la cual pervivirá durante tantos siglos y llegará hasta nosotros. A ellos se debe incluso su propio nombre, ya que la palabra Alquimia proviene del vocablo árabe al-Kimia, en el que la partícula "al" es el artículo definido mientras que "Kimia" significa arte, por lo que cabrá traducir la etimología de la palabra como "El Arte"... lo cual, como hemos dicho ya, era precisamente para muchos alquimistas: el Gran Arte o Ars Magna. A través del Islam, la Alquimia toma su forma concreta, y en esta situación llega a Europa para iniciar su gran expansión que durará, desde el siglo XII, hasta finales del siglo XVII, en el que Boyle, con su famosísima "The Sceptical Chymist", marcará el inicio de una muerte que sobrevendrá de una manera definitiva (al menos públicamente) con la llegada del racionalismo y el creciente fervor por la ciencia. Pero, durante estos siglos, la Alquimia conocerá su Edad de Oro. En Francia, en Alemania, en Inglaterra, en Escocia... surgirán nombres que pasarán a la posteridad como grandes alquimistas: Alberto Magno, Roger Bacon, Flamel, Helvetitus... Reyes, papas, grandes personajes históricos, se ocuparán de ella, la protegerán, e incluso la practicarán: Carlos II, Isaac Newton, Santo Tomás de Aquino.
Los primeros alquimistas: La Alquimia, como todas las artes y ciencias a que se ha dedicado el hombre, ha sufrido una lenta y progresiva evolución a lo largo del tiempo. A principios de su historia, la Alquimia era una actividad muy reducida, casi inexistente, algo completamente intuitivo. También era una Alquimia completamente materialista. El principal objetivo de la primitiva Alquimia (aún no había aparecido en ella el concepto de la Piedra Filosofal) era sencillamente transformar directamente los metales viles en oro. Encontramos ya estos anhelos (y sus correspondientes recetas) en el antiguo Egipto. Por aquel entonces, el trabajo más frecuente al que se dedicaban los alquimistas (que tampoco habían recibido aún este nombre) era el de aumentar el peso del oro, es decir, "hacer crecer" el oro. ¿Puede llamarse a esto realmente Alquimia? Indudablemente no, ya que la operación, que actualmente está al alcance de cualquiera y no posee el menor secreto, no presentaba ninguna transmutación, sino que se trataba sencillamente de una aleación de metales. Sin embargo, en estos primeros ensayos (no en los ensayos en sí, sino en el espíritu que los inducía) se halla ya la base de todo el movimiento alquímico. Los métodos de "hacer crecer" el oro eran sencillos: simplemente, se trataba de rebajarlo a través de la aleación con otros metales, convirtiendo así el oro de 24 kilates en oro de 19 ó 10 kilates, con lo que su peso aumentaba a costa de su calidad. Estas operaciones se realizaban a través de recetas muy simples: por ejemplo mezclándole plata y cobre, con lo que el color del oro no variaba en absoluto (mezclándolo sólo con cobre el oro adquiere un color rojizo, mientras que haciéndolo sólo con plata la tonalidad resultante es verdosa). También se realizaban aleaciones para hacerlo más duro o dotarlo de otras cualidades específicas, o se trataba su superficie para que, aunque su interior fuera impuro o de baja calidad, la capa exterior resultara de oro puro, con lo que el engaño no se percibía, ya que los expertos de aquellos tiempos no conocían más métodos de verificar el oro que mediante las pruebas del rayado, del fuego y del pesado. ¿Engaño? Quizá sea inexacto hablar de engaño al referirnos al "doblado del oro", nombre con el que se designaba correspondientemente la operación de "hacer crecer" el oro. Los primitivos alquimistas egipcios y griegos que doblaban el oro por estos procedimientos no creían en absoluto que estuvieran engañando a sus clientes, ni mucho menos. En aquellos tiempos no se concebía el oro como más o menos puro: sencillamente, el oro era, siempre que tuviera el color apetecido, y no se hacía distingo de calidades por la simple razón de que no había medios de controlar estas calidades. El oro "doblado" era tan apreciado como el oro puro, y si el alquimista realizaba estas operaciones era sencillamente porque creía que el oro era un material susceptible de "crecer" al igual que una planta, sin perder por ello ninguna de sus cualidades, y que él tenía el poder y el don necesarios para efectuarlo con éxito. La Alquimia es el antiguo arte cuyo objetivo es la regeneración del hombre, mediante un trabajo al que se le llamó La Gran Obra. Al respecto lo que dijo Eliphas Levi: “La Gran Obra es preeminentemente la creación del hombre por sí mismo; esto es, la plena y completa conquista que él hace de sus facultades y de su futuro”. La Alquimia Occidental hace del símbolo la principal herramienta para lograr esa regeneración, por lo que debemos abocarnos a conocer la razón de su preeminencia sobre el conocimiento transmitido mediante palabras. El sustantivo símbolo, del griego, significa signo de reconocimiento. De manera que el símbolo es un signo o imagen que hace que quien lo observa reconozca o recuerde algo olvidado. Lo que hay que reconocer por medio del símbolo lo explica el significado del sustantivo persona, también del griego. Persona significa máscara; un objeto que se utiliza para ocultar la verdadera identidad. Con una máscara mostramos un rostro falso y encubrimos al verdadero. Este sustantivo nos informa entonces que el ser humano tiene una doble identidad. Si relacionamos este concepto con el significado de símbolo, arribamos directamente a la conclusión de que la importancia del último reside en que es por medio del símbolo que la máscara reconoce o descubre al Yo verdadero. Debemos entonces darle respuesta a una segunda pregunta: ¿de qué sirve conocer al Yo que está encubierto por la personalidad? En el Génesis se afirma que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza. Según la Biblia, la imagen y semejanza divinas coincidían en el primer hombre antes del pecado original, pero después del pecado la imagen siguió intacta más la semejanza inicial se perdió. En la terminología bíblica, la imagen divina hace referencia a la estructura esencial del ser humano, mientras que la semejanza divina lo hace a la funcional. En la dualidad que se encuentra implícita en el significado de persona, entonces la máscara atañe al binomio cuerpo-mente del hombre, mientras que el Yo oculto es la esencia divina. De manera que la tarea del símbolo consiste en actuar sobre el cuerpo y la mente, para que ambos vuelvan a ser como los del hombre original y, como consecuencia, él logre recuperar la felicidad perdida. Podemos inferir entonces que la evolución o progreso del hombre es una vuelta hacia la armonía entre la esencia y la forma, y que en ese proceso los símbolos sagrados cumplen con la finalidad de restablecer la unidad original. Precisamente, el término símbolo primitivamente se refería a “un objeto partido en dos del que dos personas conservaban cada una la mitad, y que transmitían a sus hijos. Estas dos mitades reunidas servían para que aquellos que las llevaran se reconocieran. Las dos partes separadas, una vez reunidas formaban de nuevo el objeto primitivo”. Es preciso ahora identificar lo que es el Yo oculto, para poder entender el papel que jugó el símbolo en el hombre del Medioevo y de la antigüedad y que aún lo juega en la modernidad. La naturaleza del Yo interno es idéntica con la de la energía que anima a todo átomo viviente en el universo; es una energía consciente que está presente en todas las cosas y las dirige desde dentro. En el ser humano es la chispa de divinidad asentada en su corazón. En el esoterismo de Occidente a esa presencia de Dios en el hombre la denominamos el Yo Superior. El Monje (1) de una manera magistral trata lo que podemos llamar “Tarot y Psicología”. A continuación sus comentarios:“Los libros sagrados de Thot están escritos mágicamente, hallándose en una región entre el cielo y la tierra, lo bastante próxima a la tierra como para llegar a las almas de los investigadores terrenos y lo bastante alejada como para no ser nunca descubiertos por la intelectualidad cerebral. El original de los libros sagrados de Thot se encuentra en la región transcerebral; por ello hay que buscarlos en el sagrado recinto de las zonas que pertenecen a Hermes. Es preciso elevarse más allá de la zona de la intelectualidad cerebral hasta el alma, que es la región donde moran”.“La región del alma es el jardín de los sagrados símbolos de los elementos cósmicos, plantado entre la tierra y el cielo, esas fórmulas mágicas, símbolos gnósticos y fuegos místicos de la revelación primordial que es el sagrado recinto por encima de la intelectualidad cerebral y bajo el cielo, componen la realidad del hermetismo, que son el aguijón que a través de las edades incita a las almas humanas a aspirar a la visión de la totalidad de las cosas, y, habiéndolas visto, a comprenderlas, y, habiéndolas comprendido, a revelarlas y mostrarlas. Los herméticos están llamados a vivir sumidos en la noche, en la profunda oscuridad del misterio de las relaciones entre cielo y tierra. El pensamiento que aúna el cielo con la tierra, inmanente a toda estructura fenoménica terrenal y a toda entidad nouménica celeste, es la visión y comprensión de la totalidad de las cosas, así como el poder para revelarlas y mostrarlas”.“En lo profundo del inconsciente – que quiere volverse consciente y llama a la puerta se halla el sagrado recinto, el libro sagrado de Thot, de donde nacen- o se reencarnan – las obras simbólicas y herméticas. Tal sucede con el Tarot”. “El Tarot tiene su prototipo invisible; la función y misión del Tarot consiste en elevar el alma hacia su prototipo original. Por eso es un sistema de ejercicios espirituales. Da el impulso necesario e indica la dirección que hay que tomar para trascender la intelectualidad cerebral y penetrar, por medio del alma, en el sagrado recinto donde reposan los sagrados símbolos de los elementos cósmicos”. Quien escribe estas líneas no cree sino que sabe, por haberlo verificado una y mil veces, que ciertos símbolos, dentro de ellos el Tarot, causan, como consecuencia de ser observados sistemática y repetidamente, profundos e importantes cambios, positivos, en la personalidad del observador. A continuación explico los pormenores del asunto. Como personas somos la resultante de un binomio: cuerpo-mente, por una parte, y espíritu, por la otra. Nuestro cuerpo es doble, uno físico y otro etérico, y también es doble nuestra mente, con un nivel inferior y otro superior. Nuestro espíritu es la “chispa” de divinidad en el corazón, el que a su vez hace de puente entre la mente inferior, personal, y la mente superior, universal. Los cuerpos y la mente inferior conforman el yo inferior del hombre, la máscara o personalidad, mientras que el espíritu y la mente superior conforman el Yo Superior o Alma Superior. El cuerpo físico está compuesto de energía vibrando a muy baja frecuencia. Su papel es similar al de cualquier máquina: ejecutar tareas de acuerdo con un programa preestablecido. Además, en ese cuerpo tiene su asiento los sentidos u órganos de percepción, por cuyos medios el hombre se vincula con su medio ambiente y recolecta experiencias. El cuerpo se encuentra dentro de una envoltura etérica-astral, de energía radiante que vibra a más elevada frecuencia que la física. El papel del cuerpo etérico es la de hacer de intermediario entre la mente y el cuerpo físico, fungiendo como comando del último mediante la interacción de siete centros que reciben, transforman y distribuyen, las vibraciones que impactan al hombre, provenientes tanto del cosmos como de su ambiente más inmediato. A estos centros etéricos los hindúes los llaman “chacras”. Las vibraciones que emiten los chacras estimulan y alimentan a las glándulas y a los distintos centros nerviosos del cuerpo, y el hombre transforma esos estímulos en pensamiento, palabras y actividad física. En el hombre común, los centros etéricos están calibrados con base a las posiciones que tenían el sol y los planetas en el preciso momento en que él viene a la vida física.¿ Dónde está la mente, qué es la mente? La respuesta la debemos buscar en la luz, porque ella tiene la cualidad de comportarse como un espejo, esto es, recibe impresiones y luego las proyecta. El instrumento más perfeccionado para hacer tierra las impresiones que viajan en la luz es el cerebro humano y el sistema nervioso, haciendo el cerebro las veces de un aparato de TV. En la luz original, llamada “prana” por los hindúes, viajan las ideas que el Ser Supremo desea traer a manifestación. En la luz modificada por la injerencia de los soles y estrellas, llamada “luz astral”, viajan los pensamientos y experiencias del hombre, desde el primero. Ese “archivo” que está en la luz es el fundamento de lo que llamamos “memoria”. Esa memoria del hombre, escrita en la luz, tiene dos compartimientos: a uno le llamaré “inconsciente colectivo” y al otro “memoria universal”. El inconsciente colectivo es una banda de energía radiante que envuelve a nuestro planeta y el cerebro humano está diseñado para trabajar en esa banda de frecuencia. En ese inmenso mar del inconsciente colectivo cada ser humano tiene su propia banda o corriente, es decir, su memoria personal, la cual es portadora de las experiencias de las pasadas y actual encarnación. Los chacras de cada quien vienen programados para que su cerebro se mantenga en sintonía con esa memoria personal. Es así como los errores del pasado nos afectan en el presente y como los del presente determinan nuestro futuro. Lo que llamamos expansión de consciencia consiste en depurar de errores los contenidos de la memoria personal. La memoria universal es también un archivo que está en la luz, pero allí se guarda la esencia de la experiencia humana ya depurada del error gracias a la participación del espíritu morador, y sintetizada esa experiencia como principios y leyes. Esos principios y leyes reflejan la “verdad”, tal y como el hombre está en capacidad de entenderla. En la luz astral están ambos archivos, separados no más por diferencias de frecuencia. Esta luz ingresa en el hombre mediante la energía radiante que él toma de los alimentos y del aire que respira. Dentro del cuerpo, la sangre asume el papel de vehículo de la luz y cuando la sangre circula por el cerebro, el órgano hace las veces de receptor y toma de la luz aquellas impresiones que están dentro de su rango de posibilidades, al igual que cualquier aparato de radio o TV. ¿Qué determina la onda que puede captar el cerebro en un momento dado? De manera sucinta, el patrón vibratorio en el que están funcionando los chacras. En el hombre común, sus chacras están calibrados de tal manera que él se mantiene siempre en sintonía con su corriente u onda particular de consciencia, viviendo dentro de la prisión de su propia ignorancia y progresando muy lentamente a través de la rueda del renacimiento, aprendiendo a cambio de mucho dolor por el proceso de ensayo y error. Para ayudarle a que se libere a sí mismo de la prisión de su propia ignorancia, los Maestros de Sabiduría legaron a la humanidad un conjunto de imágenes y de sonidos que, actuando a través de los sentidos físicos, alteran positivamente el patrón vibratorio de los chacras para que, como resultado, el cerebro consiga sintonizar a ratos las más elevadas frecuencias de la mente universal. Es así como la “verdad” se incorpora poco a poco en la memoria personal y se depura del error. Esas imágenes y sonidos se agrupan en dos categorías. La primera, integrada por simbolismo pictórico y palabras (oraciones religiosas) que guardan relación con los principios y leyes que están presentes en la mente universal. La observación de esos símbolos (por ejemplo; láminas o estatuillas de Jesús, de ángeles, de santos, tarot, etc.), avivan arquetipos y como respuesta, se generan actitudes y emociones positivas y constructivas, lo mismo que se consigue con la repetición a consciencia y de corazón de oraciones. Me atrevo a decir que los símbolos y oraciones de esta categoría afectan muy levemente el patrón vibratorio de los chacras, por lo que el progreso en consciencia es muy lento, proyectándose sus efectos más que todo en la vida emocional. Este es el procedimiento a que recurren las religiones del mundo, las cuales a sus símbolos y oraciones añaden ritos. La segunda categoría de imágenes y sonidos, por sus naturalezas, resuenan con la esencia espiritual. En esta categoría se incluyen los alfabetos sagrados, la geometría sagrada y mantras o palabras de poder. Trabajando a través del sentido de la vista y/o del oído, ellos sí tienen el poder de afectar significativamente el patrón vibratorio de los chacras y, como consecuencia, pueden generar cambios importantes de consciencia. Por efecto del trabajo meditacional con símbolos y sonidos sagrados, los chacras del hombre se reprograman a tal punto que la sangre consigue fijar cantidades adicionales del “prana” que contienen los alimentos y del que viene mezclado con el aire que respira. Al prana los qabalistas lo llamamos Aliento de Vida, y su significativa mayor presencia altera de tal manera las funciones del cerebro y del sistema nervioso en general, que resulta no sólo en una mejor y más prolongada sintonía con la memoria universal, sino también en una expansión de la presencia espiritual, en otras palabras, el Yo Superior crece, se expande, y gradualmente va tomando las riendas del yo inferior o personalidad. Este es el procedimiento que siguen las Escuelas de Misterios, antiguas y modernas, a través de las cuales fluyen las enseñanzas de la Alquimia Espiritual. De acuerdo con mi experiencia, se consiguen mejores y aún más rápidos resultados si se combinan elementos de ambas categorías, como es el caso concreto de los Arcanos Mayores del Tarot, que a la vez que representan arquetipos también contienen en sus láminas los caracteres de las letras hebreas, que es el alfabeto sagrado de Occidente, así como figuras geométricas que son parte del simbolismo sagrado. Son muy pocas las versiones de Tarot que presentan en sus arcanos mayores los caracteres del alfabeto hebreo, y esto disminuye el poder de tales símbolos como agentes para promover el cambio alquímico. Además, por motivo de que el Tarot original que vino a la luz en Fez, Marruecos, nunca salió a circulación pública, dudo mucho que cualquier Tarot pueda elevarnos “hasta el sagrado recinto de las zonas que pertenecen a Hermes”.(1) El Monje es el autor de un libro anónimo titulado “Los Arcanos Mayores del Tarot – Meditaciones”. Editorial Herder, 1987. Es un tratado de teología cristiana y se deduce que el autor es o fue un sacerdote o monje católico que utilizó, durante más de 40 años, el Tarot como un sistema de enseñanza espiritual. Se comenta que ese monje después fue el Papa Juan XXIII.